Descripción
Así como a mediados del siglo pasado, Francoise Sagan, joven escritora saltaba a la fama en Francia al pintar en sus novelas (Buen día, tristeza, Una cierta sonrisa, etc.) con el descaro y la libertad de la doble moral, aparece
Beatriz Guido, rosarina, nacida en 1922, como emergente de un mundo joven preocupado por la pregunta acerca del sexo y sus contradicciones en la moral media argentina. Así, su primera novela, “La casa del ángel”, leída por mí a los catorce años y que había obtenido un par de años antes el premio Emecé que se otorgaba por primera vez, comenzó a mostrar esa galería de personajes, jóvenes conflictuados por su iniciación sexual y jovencitas temerosas en un mundo que las empujaba, por un lado, a conservar la virginidad como valor supremo de la mujer en una época y por el otro, a una entrega inevitable del cuerpo.
Así, Beatriz Guido – Beatrice, al estilo italiano, como la enamorada del Dante, que así la llamaron siempre su padre, el arquitecto Angel Guido y Leopoldo Torre Nilsson, el amor de su vida – se convirtió en una de las primeras feministas argentinas, no siempre reconocida y en lucha constante con escritores y escritoras de su época, Manuel Mujica Láinez, Silvina Bulrich y Marta Lynch especialmente, por imponerse como la gran visionaria que era. Ya en su segunda novela, “La caída” publicada por Losada, Albertina, la protagonista, esa chica de provincias que va a estudiar a Buenos Aires, expresa de Indarregui, el muchacho que trata de conquistarla, “lo entiendo porque él representa la moral convencional e hipócrita. Para él la entrega del cuerpo en una mujer es todavía algo irreparable, una caída. Pero he descubierto que a él no le gustan las mujeres que piensan o imaginan cosas porque lo que él desea es arrastrar a la mujer que quiere a una caída más oscura y profunda, a una suerte de compromiso entre sus cuerpos. Comprometer en cada avance sobre su cuerpo, sus ideas y su pensamiento.”
Beatriz fue la escritora de mi adolescencia. A través de mi admiración por ella se gestó mi admiración por el cine de Leopoldo Torre Nilsson director de alrededor de diez películas basadas en sus cuentos y novelas.
Por eso este año, al cumplirse el centenario de su nacimiento, se me ocurrió homenajearla escribiendo una suerte de pieza teatral titulada “Admirada mentirosa (Indagando a Beatrice)”, un imaginado encuentro entre el Lauro Campos de hoy y la Beatrice de 1978, devastada por la muerte de Babsy Torre Nilsson, su gran amor.
De ese encuentro derivan conclusiones interesantes, amores similares en los personajes del mismo, un repaso interesante de la historia de nuestro cine, anécdotas tiernas y jugosas.
Ambos personajes, Beatriz y yo, el Lauro, adoramos a China Zorrilla, otra “admirada mentirosa” de la que este año se celebra el centenario de su nacimiento, que en realidad no mentía, sino que “adornaba la realidad”. Ambos personajes sintieron la misma experiencia al partir el amor de sus vidas.
A la par que preparaba “Tangos en mi vida”, el show con el cual volví al escenario como actor y cantante luego de la pandemia, dirigía y participaba de esta “Admirada mentirosa” gracias al fervor de una actriz muy querida, casi una hija mía, alumna dilecta, que abrazó el personaje de Beatriz Guido con verdadero apasionamiento. Me refiero a María Laura Carasatorre, que recrea desde su propia emoción a la protagonista, internándose en sus vericuetos más contradictorios para defenderlos.
Lauro Campos
Con la actuación de María Laura Carasatorre y Lauro Campos en el co protagónico libro y dirección
Lugar: Teatro Odiseo